Esta Leyenda, tienen, su origen, según cuentan, en los ataques de los Corsarios Ingleses a la ciudad de La Serena. Un grupo de sacerdotes jóvenes huye de la costa llevando con ellos un tesoro de la iglesia. En su huída consiguieron llegar al lugar indicado y se instalaran ahí, puesto que tiene agua abundante, aves y animales para cazar.
Mi abuelo debe haber recorrido esos parajes por los años 1860, más o menos.
Venía mi abuelo Wenceslao Jofré bajando en su caballo negro de las faldas del cerro Huatulame, por la quebrada de las Higueras; cansado y hambriento, después de un largo día rodeado de vacas, se le había hecho tarde ya y las sombras de la noche sin duda alguna lo tomaron desprevenido en la vertiente del Higueral (Fundo Santa Rosa); viajaba adormecido sobre el caballo cuando frente al Higueral, cosa extraña, vio junto a los lagaros al lado del camino un ranchito con una ramada, le llamó la atención porque nunca antes lo había visto.
Se acercó con cuidado y vio junto al fuego a una pareja de ancianos los cuales sonriendo tomaban mate acompañados por unas tortillas de rescoldo las cuales descansan sobre un cajón.
Ambos le ven y sin demorar demasiado le invitan a acompañarlos llamándolo por su nombre.
- Hey, ¡Don Wuence!- sorprendido mi abuelo se detiene y los observa, sintiendo como un adormecimiento se apodera de él.
Entre mate y mate, pasa el tiempo, los ancianos no paran de conversar y luego de un rato, le cuentan que son ellos quienes cuidan la iglesia que se encuentra en frente y le invitan a conocerla.
Debía ser cerca de media noche, todo estaba completamente oscuro, pero al reflejo de las llamas de la fogata mi abuelo ve la forma de una Iglesia que poseía hasta un campanario.
Suenan las campanas, se abre la puerta y a la luz de las velas, mi abuelo cuenta, vio a los santos entre penumbras, realmente un supo que hacer, ambos ancianos sonrientes le toman las manos y le llevan al interior del lugar.
De improviso se prenden mas velas, todo se llena de luz en el interior de la iglesia, de pié en la entrada puede ver como un túnel salen tres curas con las cabezas cubiertas, las capuchas bordadas con hilos de oro que dan reflejos no vistos antes por sus ojos a la luz de las velas.
Aún manteniendo aquel espeluznante silencio los sacerdotes caminaban hacia el altar, mi abuelo creyó estar soñando jamás había visto una iglesia en ese lugar.
Los sacerdotes de espaldas al público parecía que rezaban, pero nada se escuchaba y de pronto una voz profunda y cavernosa de uno de ellos resonó fuertemente en el lugar, un canto por demás fúnebre, aterrador, lleno de angustia y dolor.
Mi abuelo se estremece, las velas comienzan a apagarse cerca del altar y el resto chisporrotea formando extrañas formas, ellos empiezan a volverse al público descubriendo sus cabezas aterrando a mi abuelo quien se da cuenta inmediatamente de que son calaveras, sus manos huesudas al igual que todo su cuerpo sonando al acercarse a él, los ancianos que habían llevado al lugar no estaban a su lado.
Mi abuelo aterrado perdió el conocimiento, ni siquiera recordó después cuanto tiempo estuvo en aquella situación, sólo dijo haber escuchado el canto de un gallo y el rechinar de su potro, ya era de mañana y estaba solo en medio de las higueras.
Asustado montó en su caballo y salió al galope sin importarle el camino, sólo deseaba llegar a su casa cuanto antes y contar a la familia la extraña experiencia que había vivido.
Mi abuelo debe haber recorrido esos parajes por los años 1860, más o menos.
Venía mi abuelo Wenceslao Jofré bajando en su caballo negro de las faldas del cerro Huatulame, por la quebrada de las Higueras; cansado y hambriento, después de un largo día rodeado de vacas, se le había hecho tarde ya y las sombras de la noche sin duda alguna lo tomaron desprevenido en la vertiente del Higueral (Fundo Santa Rosa); viajaba adormecido sobre el caballo cuando frente al Higueral, cosa extraña, vio junto a los lagaros al lado del camino un ranchito con una ramada, le llamó la atención porque nunca antes lo había visto.
Se acercó con cuidado y vio junto al fuego a una pareja de ancianos los cuales sonriendo tomaban mate acompañados por unas tortillas de rescoldo las cuales descansan sobre un cajón.
Ambos le ven y sin demorar demasiado le invitan a acompañarlos llamándolo por su nombre.
- Hey, ¡Don Wuence!- sorprendido mi abuelo se detiene y los observa, sintiendo como un adormecimiento se apodera de él.
Entre mate y mate, pasa el tiempo, los ancianos no paran de conversar y luego de un rato, le cuentan que son ellos quienes cuidan la iglesia que se encuentra en frente y le invitan a conocerla.
Debía ser cerca de media noche, todo estaba completamente oscuro, pero al reflejo de las llamas de la fogata mi abuelo ve la forma de una Iglesia que poseía hasta un campanario.
Suenan las campanas, se abre la puerta y a la luz de las velas, mi abuelo cuenta, vio a los santos entre penumbras, realmente un supo que hacer, ambos ancianos sonrientes le toman las manos y le llevan al interior del lugar.
De improviso se prenden mas velas, todo se llena de luz en el interior de la iglesia, de pié en la entrada puede ver como un túnel salen tres curas con las cabezas cubiertas, las capuchas bordadas con hilos de oro que dan reflejos no vistos antes por sus ojos a la luz de las velas.
Aún manteniendo aquel espeluznante silencio los sacerdotes caminaban hacia el altar, mi abuelo creyó estar soñando jamás había visto una iglesia en ese lugar.
Los sacerdotes de espaldas al público parecía que rezaban, pero nada se escuchaba y de pronto una voz profunda y cavernosa de uno de ellos resonó fuertemente en el lugar, un canto por demás fúnebre, aterrador, lleno de angustia y dolor.
Mi abuelo se estremece, las velas comienzan a apagarse cerca del altar y el resto chisporrotea formando extrañas formas, ellos empiezan a volverse al público descubriendo sus cabezas aterrando a mi abuelo quien se da cuenta inmediatamente de que son calaveras, sus manos huesudas al igual que todo su cuerpo sonando al acercarse a él, los ancianos que habían llevado al lugar no estaban a su lado.
Mi abuelo aterrado perdió el conocimiento, ni siquiera recordó después cuanto tiempo estuvo en aquella situación, sólo dijo haber escuchado el canto de un gallo y el rechinar de su potro, ya era de mañana y estaba solo en medio de las higueras.
Asustado montó en su caballo y salió al galope sin importarle el camino, sólo deseaba llegar a su casa cuanto antes y contar a la familia la extraña experiencia que había vivido.
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