miércoles, 23 de junio de 2010

La Añañuca





Monte Patria es la cuna de la flor regional: La añañuca.
En sus laderas floreció el "copihue" nortino y con ello una leyenda que ha inspirado a múltiples poetas.
Su historia es más o menos así:



De antaño, cuando el Monte Grande de la tierra alta todavía se llamaba Monterrey, vivía en sus vecindades una hermosa joven india llamada AÑAÑUCA.
Los mozos se hacían lenguas ponderando sus virtudes, mas, ninguno había podido conquistarla y eso le daba más nombradía.
Cierto día llegó por los contornos un gallardo minero que dijo buscar derroteros auríferos por Campanario adentro, de donde venía ahora para reponer fuerzas y acumular pertrechos.
Verse y enamorarte fue una sola cosa. Añañuca supo que había encontrado el hombre soñado y éste, a su vez, sintió que un brote sedentario le mantendría a su lado.
Así fue como se casaron e iniciaron una vida grata y feliz que tornó más radiante y hermosa a la moza, eI paso que su esposo trocó la barreta por las azadas y amplió los sembradíos de un campito logrado en una sombra patronal del medio.
Pero una noche, en sueños, el mozo tuvo una visión: ¡La huella clara de una veta por Vallecito, un reventón de oro! ¡La tan buscada veta estaba a su alcance!
Sin decirlo a nadie, adoptó la determinación de subir a la montaña para verificar su ensoñación.

Por ello, días después, dejó su tibio lecho y sin más avisos rumbeó por el Ponio arriba, como alucinado.
Es mismo día la cordillera desató uno de sus más fieros temporales y todo se cubrió de nieve. Del minero nadie supo dar noticias y pese a que los baqueanos recorrieron los portezuelos de abrigo, nunca más nadie puso dar con él.
La moza le esperó y esperó con una tristeza que fue aumentando y consumiéndola a ojos vistas. Todos los vecinos supieron, entendieron y respetaron su dolor. Este fue tan grande que a los pocos meses le causó la muerte. Esta le vino en un día de lluvia suave y persistente que se mantuvo hasta la hora en que la llevaron cerro arriba, hasta la colina, para depositar su cuerpo en una fosa nueva abierta en la explanada. Allí quedó.
A la mañana siguiente al abrir el sol, una noticia corrió como reguero de pólvora: en torno a la sepultura, y por toda la planicie, había brotado una gran cantidad de flores semejantes al copihue, pero de un tono más suave y armonioso. ¡Flores que nunca antes nadie había visto por el lugar.
Los serranos la ponderaron como la Flor de la Añañuca, y como tal la conocemos hasta hoy, naciendo a comienzos de cada primavera, después que la lluvia benefactora ha caído sobre el Norte Chico.

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