miércoles, 23 de junio de 2010

La Iglesia Perdida del Higueral (Raúl Jofré Pacheco)


Esta Leyenda, tienen, su origen, según cuentan, en los ataques de los Corsarios Ingleses a la ciudad de La Serena. Un grupo de sacerdotes jóvenes huye de la costa llevando con ellos un tesoro de la iglesia. En su huída consiguieron llegar al lugar indicado y se instalaran ahí, puesto que tiene agua abundante, aves y animales para cazar.
Mi abuelo debe haber recorrido esos parajes por los años 1860, más o menos.
Venía mi abuelo Wenceslao Jofré bajando en su caballo negro de las faldas del cerro Huatulame, por la quebrada de las Higueras; cansado y hambriento, después de un largo día rodeado de vacas, se le había hecho tarde ya y las sombras de la noche sin duda alguna lo tomaron desprevenido en la vertiente del Higueral (Fundo Santa Rosa); viajaba adormecido sobre el caballo cuando frente al Higueral, cosa extraña, vio junto a los lagaros al lado del camino un ranchito con una ramada, le llamó la atención porque nunca antes lo había visto.
Se acercó con cuidado y vio junto al fuego a una pareja de ancianos los cuales sonriendo tomaban mate acompañados por unas tortillas de rescoldo las cuales descansan sobre un cajón.
Ambos le ven y sin demorar demasiado le invitan a acompañarlos llamándolo por su nombre.
- Hey, ¡Don Wuence!- sorprendido mi abuelo se detiene y los observa, sintiendo como un adormecimiento se apodera de él.

Entre mate y mate, pasa el tiempo, los ancianos no paran de conversar y luego de un rato, le cuentan que son ellos quienes cuidan la iglesia que se encuentra en frente y le invitan a conocerla.
Debía ser cerca de media noche, todo estaba completamente oscuro, pero al reflejo de las llamas de la fogata mi abuelo ve la forma de una Iglesia que poseía hasta un campanario.
Suenan las campanas, se abre la puerta y a la luz de las velas, mi abuelo cuenta, vio a los santos entre penumbras, realmente un supo que hacer, ambos ancianos sonrientes le toman las manos y le llevan al interior del lugar.
De improviso se prenden mas velas, todo se llena de luz en el interior de la iglesia, de pié en la entrada puede ver como un túnel salen tres curas con las cabezas cubiertas, las capuchas bordadas con hilos de oro que dan reflejos no vistos antes por sus ojos a la luz de las velas.
Aún manteniendo aquel espeluznante silencio los sacerdotes caminaban hacia el altar, mi abuelo creyó estar soñando jamás había visto una iglesia en ese lugar.
Los sacerdotes de espaldas al público parecía que rezaban, pero nada se escuchaba y de pronto una voz profunda y cavernosa de uno de ellos resonó fuertemente en el lugar, un canto por demás fúnebre, aterrador, lleno de angustia y dolor.
Mi abuelo se estremece, las velas comienzan a apagarse cerca del altar y el resto chisporrotea formando extrañas formas, ellos empiezan a volverse al público descubriendo sus cabezas aterrando a mi abuelo quien se da cuenta inmediatamente de que son calaveras, sus manos huesudas al igual que todo su cuerpo sonando al acercarse a él, los ancianos que habían llevado al lugar no estaban a su lado.
Mi abuelo aterrado perdió el conocimiento, ni siquiera recordó después cuanto tiempo estuvo en aquella situación, sólo dijo haber escuchado el canto de un gallo y el rechinar de su potro, ya era de mañana y estaba solo en medio de las higueras.
Asustado montó en su caballo y salió al galope sin importarle el camino, sólo deseaba llegar a su casa cuanto antes y contar a la familia la extraña experiencia que había vivido.

La Laguna Encantada


Cuanta la leyenda; que en sus recorridos mates de invierno, cuando el frío invitaba estar junto al brasero y después de tomarse unos mates picaros (mate con aguardiente), los vecinos recordaban que en tiempos de la colonia, en las ladera de un cerro, cerca de una laguna de aguas cristalinas, rodeada de frondosos sauces y abundante vegetación, vivía una feliz familia de nativos, era un lugar agradable, apacible, sereno.

Generalmente eran llamados indios, estos tenían una hermosa hija, el nombre no lo menciona la leyenda, que se enamoró de un soldado que cuidaba los dominios del rey de España.
Él también amó a la indiecita y descuidando su trabajo pasaba agradable tardes de amor, mimando y gozando de las caricias de su linda pareja, así pasaban los días y cada vez se amaban más.

Pero siempre hay un pero, llegó la orden de que el soldado debía viajar al sur para cumplir su trabajo en otro lugar. No hubo manera de que pudiera quedarse junto a su amada y en cumplimiento de la orden, marchó lejos.

Llegó así la hora de la triste despedida, abrazos, besos, caricias, que tal vez jamás volverían a repetirse, se separaron jurándose entonces amor eterno, él marchó junto a los otros soldados y ella llorando lo vio partir.

Pasaron los días y la indiecita no encontraba consuelo; los días y las noches se consumían pensando en su amado, su sufrimiento era tan grande, que pensaba ya sólo en quitarse la vida, una tarde, inmensamente desconsolada, decidió tirarse a la laguna para ahogarse y llena de pena y rabia en su mente se lanzo a las aguas.

Cuentan las comadres, que en esa laguna profunda, vivía un animal feroz y muy temido por la gente en esos tiempos. El huesudo era como un cuero de vacuno muy grande que al atacar envolvía a su presa y la arrastraba a lo más profundo del lugar.

Este animal tan temido, al sentir que la indiecita caía en el agua salió y la atrapó, la pobre niña desapareció para siempre.

La madre, al ver que su niña no regresaba a la casa se preocupó mucho y pidió al marido y a los otros hijos salir a buscarla.

La buscaron por todas partes, preguntaron a otras familias si la había visto; todo era inútil. Cansados ya con la noche sobre sus hombros resolvieron volver a casa y seguir buscando al otro día.
Temprano se reanuda la búsqueda y después de un rato escucharon que cantaba en la laguna, fueron a ver y encontraron a la niña bañándose y mientras nadaba, cantaba dulces canciones de amor.
La madre le pide con ternura que vuelva a la casa, ella no sale del agua y después de un rato se hunde en ésta.

No volvía a verla hasta el día siguiente que muy temprano se le escuchaba cantar y podían verla nadar.Los lugareños que conocían estos hechos Inexplicables para ellos pensaron que era algo mágico o un encantamiento y llamaron al lugar “La laguna Encantada”.

El Carbunco



Una de las tradiciones más ricas de Tulahuén es la del Carbunco o Carbunclo, codiciado animalito mítico que las gentes procuran encontrar para hacer riqueza.
La leyenda popular cuenta que por el Cerro de Tulahuén se deja ver un animalito alumbrado por el lomo un destello blanquecino y brillante, capaz de ser observado hasta una legua de distancia.
Se relata que la luminosidad o destello la da por tener el cuerpo cubierto de valvas o conchas que puede abrir y cerrar, con lo que oculta el fuego o luz que tiene dentro de su cuerpo.
Quienes le buscan esperan la noche, porque el animal baja el cerro a sus aguadas protegido de su finísimo oído, capacidad que le permite detectar a sus cazadores. Estos quedan siempre desorientados porque el carbunco se dobla como armadillo o quirquincho adoptando la forma de piedra.
Cazar uno de estos animalitos sería dar un golpe de fortuna pues se dice que su cuerpo es oro y otras riquezas.
En el “Obrero” de Ovalle, año 1904 se público la versión de un montañés tulahuenino llamado Eulogio Rojas, quien declaró haberlo visto a un metro de distancia. “Tenía coyunturas por las cuales sale la luz, no colorada como el fuego de leña sino blanca azulada; tenía forma de choclo y poseía más de 4 patas”.

El Hueco


Se dice de él que es acuático y mora en las aguadas poco frecuentadas. Es un animal en forma de cuero de cabra, overo pardo u overo negro.

Pese a su condición es capaz de enamorar las campesinas y éstas dan a luz hijos feísimos.
Se sabe que no hay huecúes en un sector cuando las cabras y vacas no alumbran monstruosidades.

De los pobres y feos, a la per que enamorados, se dice que parecen “huecú”.
Para combatirlos se lanzan a las aguadas quiscos o ramas de algarrobo que la bestias atrapa, creyendo que es comida.

En ese trámite las espinas lo traspasan y perece.
También se les ubica en vísperas de alcances o bonanzas mineras. Entonces se les oye trabajar con tiros y barretazos.

La Cuca Mula y los Chonchones



La “Cuca Mula” es un ave nocturna que tiene la característica de relinchar como mula nueva. Esto ocurre cuando hay un enfermo grave al que, indefectiblemente, vaticina su paso a mejor vida.
Si en casa de un agónico se oye el relincho, la persona enferma sacará del lecho y se colocará sobre hierbas, en el suelo, para que al morir devuelva el calor a la tierra.
Por su parte el chonchón se asocia con los brujos que bajan desde las partes altas a sus aquelarres en San Julián.
El brujo, para adoptar la forma de chonchón – un pájaro castellano del tamaño de una tagua se unta la cabeza, logrando con ello que ésta se separe del cuerpo. La primavera sale a volar y el cuerpo queda en casa o el lugar donde hace la ceremonia. Dicen “Sin Dios ni Santa María”, logrando así el despegue.
Las gentes cuando le oyen pasar, recitan:
“……. Tu padre sería brujo
como chonchón se volvía
cuando de noche salía.
Pasa chonchón tu camino”
Se dice que los brujos son “mandujas”, es decir persona poco afecta al trato y diálogo con personas.
En Cerrillo unos chiquillos le acertaron con una piedra a un chonchón. Pocas horas después vieron bajar del sector un conocido “brujo”, a brincos y con la oreja hecha pulpa y sangrante.

La Añañuca





Monte Patria es la cuna de la flor regional: La añañuca.
En sus laderas floreció el "copihue" nortino y con ello una leyenda que ha inspirado a múltiples poetas.
Su historia es más o menos así:



De antaño, cuando el Monte Grande de la tierra alta todavía se llamaba Monterrey, vivía en sus vecindades una hermosa joven india llamada AÑAÑUCA.
Los mozos se hacían lenguas ponderando sus virtudes, mas, ninguno había podido conquistarla y eso le daba más nombradía.
Cierto día llegó por los contornos un gallardo minero que dijo buscar derroteros auríferos por Campanario adentro, de donde venía ahora para reponer fuerzas y acumular pertrechos.
Verse y enamorarte fue una sola cosa. Añañuca supo que había encontrado el hombre soñado y éste, a su vez, sintió que un brote sedentario le mantendría a su lado.
Así fue como se casaron e iniciaron una vida grata y feliz que tornó más radiante y hermosa a la moza, eI paso que su esposo trocó la barreta por las azadas y amplió los sembradíos de un campito logrado en una sombra patronal del medio.
Pero una noche, en sueños, el mozo tuvo una visión: ¡La huella clara de una veta por Vallecito, un reventón de oro! ¡La tan buscada veta estaba a su alcance!
Sin decirlo a nadie, adoptó la determinación de subir a la montaña para verificar su ensoñación.

Por ello, días después, dejó su tibio lecho y sin más avisos rumbeó por el Ponio arriba, como alucinado.
Es mismo día la cordillera desató uno de sus más fieros temporales y todo se cubrió de nieve. Del minero nadie supo dar noticias y pese a que los baqueanos recorrieron los portezuelos de abrigo, nunca más nadie puso dar con él.
La moza le esperó y esperó con una tristeza que fue aumentando y consumiéndola a ojos vistas. Todos los vecinos supieron, entendieron y respetaron su dolor. Este fue tan grande que a los pocos meses le causó la muerte. Esta le vino en un día de lluvia suave y persistente que se mantuvo hasta la hora en que la llevaron cerro arriba, hasta la colina, para depositar su cuerpo en una fosa nueva abierta en la explanada. Allí quedó.
A la mañana siguiente al abrir el sol, una noticia corrió como reguero de pólvora: en torno a la sepultura, y por toda la planicie, había brotado una gran cantidad de flores semejantes al copihue, pero de un tono más suave y armonioso. ¡Flores que nunca antes nadie había visto por el lugar.
Los serranos la ponderaron como la Flor de la Añañuca, y como tal la conocemos hasta hoy, naciendo a comienzos de cada primavera, después que la lluvia benefactora ha caído sobre el Norte Chico.